jueves, 20 de diciembre de 2007

DESDE ENTONCES

Cuenta la leyenda que en la tierra existía un hombre que amaba obsesivamente las palabras. Las pensaba, las decía, las olía en esporas de polvo. De noche tras horas de desvelo las leía en sombras, traduciéndolas luego al papel. Eran su alimento. Como todo enamorado, sospechaba en momentos el desaire de su amante y sufría en continuos insomnios. Ante tal incertidumbre, la musa decidió darle muestra de su recíproca fidelidad.
Y fue así que durante el danzar efímero del fuego de una vela, el mortal, que buscaba en la profundidad del espejo, vio el lento transmutar de su semblante, alargándose la nariz hasta formar una detallada Jota, los rizos de su cabeza se cubrieron de Eses y Zetas, su tronco adelgazó en una enorme Te, brazos y piernas fueron reemplazadas por Pes y Bes, una U cubrió sus labios y a sus ojos redondas As que desprendían suavemente desde su palito alegres gotas saladas. Desde entonces los hombres amanecen con residuos en los lagrimales, y al no saber por qué atribuyen falsamente el hecho a meros procesos químicos.

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